Resulta irónico que para encontrarse a una misma, haya que viajar lo más lejos posible. Cuando estudias dibujo, aprendes que la forma la completa la mirada, pero para que ello ocurra necesitas que exista un contraste. De ese modo, una luz siempre estará adherida a una sombra y viceversa. No existe forma ni mucho menos volumen sin la anteriormente mencionada contraposición. Lo que define qué es ese objeto y le da un aspecto real es el contraste con aquello que lo rodea. Si no, pasa desapercibido y por tanto, pierde su identidad o se percibe como falso o erróneo; una imitación.
Hubo un tiempo que creí que había comenzado la definición de lo que soy. Que había un principio del que tirar, como el hilo de una madeja que no se ve nunca. Creí también que debía protegerlo de modo que nadie pudiese acercarse lo suficiente. Ni si quiera yo misma. Acabé por cerrar la burbuja que me dediqué a pulir y tallar hasta que, por fin, se convirtió en una gran masa gris: ecuánime, intacta, (im)perfecta. Esta cápsula estaba llena de todo lo que yo suponía que debía llenarse. Las suposiciones abarrotaron la cámara única y aislada. Hice lo que era esperable y la burbuja alcanzó su tensión máxima. Ya no cabía nada más dentro. Yo misma me había quedado fuera.
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