jueves, 15 de marzo de 2012
Encontrarse (II)
martes, 13 de marzo de 2012
Encontrarse (I)
Resulta irónico que para encontrarse a una misma, haya que viajar lo más lejos posible. Cuando estudias dibujo, aprendes que la forma la completa la mirada, pero para que ello ocurra necesitas que exista un contraste. De ese modo, una luz siempre estará adherida a una sombra y viceversa. No existe forma ni mucho menos volumen sin la anteriormente mencionada contraposición. Lo que define qué es ese objeto y le da un aspecto real es el contraste con aquello que lo rodea. Si no, pasa desapercibido y por tanto, pierde su identidad o se percibe como falso o erróneo; una imitación.
Hubo un tiempo que creí que había comenzado la definición de lo que soy. Que había un principio del que tirar, como el hilo de una madeja que no se ve nunca. Creí también que debía protegerlo de modo que nadie pudiese acercarse lo suficiente. Ni si quiera yo misma. Acabé por cerrar la burbuja que me dediqué a pulir y tallar hasta que, por fin, se convirtió en una gran masa gris: ecuánime, intacta, (im)perfecta. Esta cápsula estaba llena de todo lo que yo suponía que debía llenarse. Las suposiciones abarrotaron la cámara única y aislada. Hice lo que era esperable y la burbuja alcanzó su tensión máxima. Ya no cabía nada más dentro. Yo misma me había quedado fuera.
martes, 6 de marzo de 2012
jueves, 1 de marzo de 2012
She found peace in her own mind.
Detrás de la máscara del narrador, el corazón blando y desnudo no tiene tanto frío.
El año pasado está lleno de cajas. Son la mudanza de este cuerpo, de una casa a un hogar. Están repartidas a lo largo de los meses. En diciembre se acumulan las que están más húmedas y el cartón oscurecido adelgaza con el tiempo. Durante el invierno saqué algunas más antiguas, las que guardaban los desperfectos y los desperdicios.
Enero y febrero son el basurero de mi memoria.
En abril hay un pasillo blanco y amarillo - recuerdo de los narcisos que colonizaron la crueldad de febrero-. Vino la primavera y secó las humedades del cuarto-ventana en el que vivía. Ya no vivo en esa habitación que me obligó a estar más fuera que dentro. Pero me traje el año conmigo, con sus cajas, sus humedades, los narcisos y la arena del Atlántico del norte. Hoy, volvía en el autobús y una de mis cajas favoritas se cayó desde un estante. No la recordaba, de modo que me puse a curiosear por dentro y estuve en el Griego un rato, hablando con unos ojos azules que me acompañaban y bebían conmigo. Del Griego pasé a un jardín botánico y la piel se me cubrió de cuadros rojos y verdes. Surgieron los pliegues en la tela, giré sobre mis talones y apreté una mano pequeña y fuerte. Las comisuras de los labios se curvaron verticales y sentí el amargor de la cerveza bajando por la garganta. Los ojos azules, verticales, me llevaron a una puerta azul y vertical. No tuve frío.
Me di con el cartón de la caja y giré de nuevo. Los dos nos reímos de lo pequeño de mi habitación-ventana. Los dos nos reímos mucho.
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